El séptimo
sello, reflexión en torno a lo inevitable y otras consideraciones de suma importancia
Prólogo
Estimado lector,
tenga a bien recibir este ensayo compuesto por una serie de párrafos vinculados
temáticamente entre sí, que versan sobre algunas impresiones respecto del film
"El séptimo sello" en relación con el temor a la muerte y algunas de
sus implicancias (interpretaciones y conductas asociadas) en dos épocas
distanciadas por poco más de seiscientos años, tres importantes revoluciones,
la crisis de los metarelatos o grandes paradigmas (occidentales; los !Khung
continúan creyendo en el "espinazo de la noche" como sustento del
mundo y la vida) y otros eventos connotados que median entre lo que va desde
fines de la edad media hasta los inicios del siglo XXI.
El juego de la muerte
Aparentemente
sabido es, entre los custodios de "la alta cultura" (entre quienes
por supuesto no me sitúo, demasiado vulgar en mis usos y formas adquiridas),
que la muerte, en el más pleno espíritu del "quattrocento", era
representada como un estratega inefable del ajedrez. Como no serlo, si en
esencia es el segador de hombres por excelencia, al menos en el hemisferio
cultural del globo que compartimos como occidentales.
Más allá de las
capacidades del certero alfil o el versátil caballo, la fuerte torre y una
misteriosa dama, la muerte es la pieza que cualquier conocedor del ajedrez (por
muy prolijo que sea su juego) desearía agregar al tablero para jugar a su favor.
No en un
tablero, aunque si dominando el juego en uno de éstos (minutos más tarde en el
film), la muerte se muestra (repentina e inexorable) ante un cruzado
decepcionado de las misiones emprendidas, inspiradas en su fe en católica, y
desilusionado del "silencio de Dios" (metáfora anunciada en los
versos del Apocalipsis)
Agotado y
frustrado por el "silencio de dios", a propósito de la convicción y
devoción demostrada durante diez años, Block experimenta, al fin, un vinculo
fáctico con lo metafísico, la muerte le visita al final de su viaje y, más
importante aún, acepta entablar un diálogo con él, sostener una partida de
ajedrez y responder a sus preguntas, aunque con evasivas respuestas. Por
primera vez en la vida de Block "el silencio de dios" es sustituido,
temporalmente, por un diálogo con lo metafísico, que se manifiesta de manera
bastante palpable, tanto así que, amenaza tomar con sus propias manos la vida
de Block.
La odisea de autodescubrimiento
Antonius Block,
como cualquier otro ser humano producto de su tiempo (orientado por una
cosmovisión particular), se negaba a concebir su presencia en el mapa, y la de
sus contemporáneos, como producto de un orden de cosas no centralizado y libre
de "marcapasos"; si la evolución no es aquello entonces qué, aparte
de ser muchas otras cosas, indudablemente. A diferencia de cualquiera de los
otros hombres de su época, Block (y su entorno) canalizó sus inquietudes al
respecto al punto de materializarlas en un viaje de descubrimiento que, hacia
el final del film, se transforma en uno de autodescubrimiento; el camino del
cruzado que tomó diez años de su vida se transformó en un "chiste de mal
gusto" o un "sin sentido"; donde aflora la angustia y
desesperación, propia de la percepción de una enorme grieta o una brutal
ruptura en su cosmovisión.
Resulta interesante
pensar que el camino del cruzado, en el caso de Block, estuvo cargado por un
ímpetu de exploración (al menos en algún momento de su vida como cruzado.
Probablemente inició como un "deber ser" moral, producto de las
convicciones que la circunstancias socioculturales propias de su tiempo y
espacio imprimieron a su vida), en el sentido de la búsqueda del "conocimiento
por el conocimiento", tras plantearse una serie de inquietudes de orden
cósmico, problemas o preguntas de investigación, si nos permitimos el
atrevimiento.
El viaje de
Block hacia el autodescubrimiento inicia como un viaje hacia el descubrimiento,
movido por las mareas del imaginario social de aquella época, se embarca en pos
de sus creencias y valores para ser testigo de los prodigios del dios de su
devoción (a los que nunca accede), a pesar de las, otrora, advertencias de su
escudero, un verdadero ateo de los tiempos posmodernos. Su odisea concluye en
una manifestación de trágica resistencia, entre clamor y desengaño, de cara al
temor por lo desconocido; la inconsciencia declarada de la muerte.
El temor de una época y la inexorable muerte
La paranoia
católica desatada por el avance de la Peste Negra no es otra cosa que el temor
de una época (y cómo no serlo si mermó significativamente la población de la
antigua Europa y de paso fortaleció a unos cuantos señores feudales, desde
entonces, los más favorecidos por dios de seguro) respecto del inevitable cese
de la vida, no fortuito, por eso el agravio, sino que a causa del pecado
original, por un lado (en los orígenes; explicación diacrónica) y, por otro,
producto de una peste enviada por el todo-poderoso a propósito de "la
maldad de los hombres" (explicación sincrónica) de aquel tiempo. Lo cierto
es que, cuál fuere la explicación, se encontraban estrechamente imbricadas. El
argumento de la interpretación del problema, bastante terrenal (una enfermedad
altamente contagiosa), resultaba, en cualquier caso, bastante celestial.
La desolación
inexorable que a su paso dejaba la muerte se presentaba abundante en los
tiempos aludidos en el film, adornada con ritos y clamores que vehiculizaban,
en su conjunto, procesos de catarsis colectiva horrorosos al tiempo que
solemnes.
Resulta
interesante destacar la relevancia que el soporte icónico evocaba entre los
habitantes del "Quattrocento", considerando que, en términos de
Geertz, la conexión fundamental entre arte y vida social es de carácter
semiótico, de esta forma [los hombres] "materializan un modo de
experiencia y subrayan una actitud particular ante el mundo de los objetos,
para que los hombres puedan así escudriñar en él" (Geertz, 1994: 123)
En este caso, el
vínculo semiótico radica en el carácter descriptivo de las escenas
representadas mediante la pintura. De esta manera pareciera ser que consagraban
un orden de cosas invisibles, tornándolas visibles (sobre el lienzo o el muro)
y "realistas", para aproximar al observador a una experiencia con los
"acontecimientos" o los "hechos" (lo contrario sería
ponernos funcionalistas y decir que hacían lo que hacían para dar sentido desde
su cosmogonía a la abundante serie de acontecimientos mortales, visión
instrumentalista desposeída del "alma" -sentido, consciencia,
orientación- propia de un cristiano fervoroso).
Otras consideraciones de suma importancia: al ritmo de
las olas
La relación entre
el curso y el film revisado, entre otras consideraciones, me ha permitido
reflexionar en torno a, principalmente, dos aproximaciones al fenómeno
inexorable de la muerte. Desde un enfoque diacrónico, la percepción de la
muerte en el ethos de la Europa medieval, seiscientos años atrás, se puede
vincular con el impacto del mismo fenómeno en el pensamiento del ser humano que
se perfila en los tiempos de la convergencia e inmediatez tecnológica y en
general de los vínculos semióticos de todo tipo, que el hombre posmoderno
establece con sus contemporáneos en sus distintos quehaceres.
De forma
misteriosa los caminos del cruzado, que anhela interpelar a lo divino, y de
quienes miramos al espacio exterior en busca de respuestas (entre otras) para
la continuidad de nuestra especie, coinciden de forma natural en una extraña
mezcla de rapidez y convergencia parsimónica, que fluye al ritmo de las olas en
el vasto océano de las incertidumbres del sentido común de los hombres de cada
época, donde pocos fenómenos son investidos con el carácter de axiomas
inexorables como la muerte.
Fuentes
-
Geertz, Clifford (1994). Conocimiento local Ensayos sobre la
interpretación de las culturas. Ediciones PAIDOS, Barcelona.
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